En los libros de texto de los ochenta ponía cosas como «la tecnología aumenta la comodidad de la vida de los seres humanos». El aumento de esa comodidad venía dado, entre otras cosas, por la disminución del tiempo necesario para realizar ciertos trámites.
La división provincial prevista en el código napoleónico responde a un principio razonable: que desde cualquier lugar de la provincia se pueda viajar hasta su capital, realizar cualquier trámite burocrático y regresar a casa en el día, sin necesidad de hacer noche. La tecnología (y en las últimas décadas la electrónica, a la que llamamos tecnología en una sinécdoque dañina) continuó ese principio de economía temporal.
El problema es que la electrónica ha producido una paradoja que nos asfixia: no solo ha enjugado el tiempo necesario para determinadas gestiones, incluidas las laborales, sino que lo ha superado y ahora estamos en deuda: el tiempo necesario para comunicarnos con Sidney, por ejemplo, se redujo primero a cero y después continuó hasta cifras negativas: ahora somos nosotros los que debemos tiempo a la electrónica.
Todos ustedes tienen (da igual cuándo lean esto) correos por leer. Whatsapps por leer. Tuits por leer. Mensajes de un sinnúmero de redes por leer. Mensajes de innumerables plataformas por leer. Mensajes, correos, entradas, posts. El dispensador de dopamina repleto de lucecitas que indican mensajes pendientes. Trabajo pendiente. Vivimos en el descuento: bienvenidos al tiempo negativo, donde siempre estamos en deuda.
La vida de los universitarios constituye un caso notable: un mensaje electrónico les avisa de una tarea colgada en una plataforma distinta que tendrán que entregar electrónicamente. No te despistes, no te desconectes. Controla tu wifi, ten a mano tus contraseñas. No te regodees en el aprendizaje, no leas con calma, no dediques tiempo al gozoso deleite de la construcción intelectual; ya tienes un trabajo por entregar. Ya tienes dos.
Su justa medida, nos avisan los antiguos. La electrónica ya la cumplió y la rebasó, pero conviene que le impidamos atosigarnos y vaciar de contenido la vida a cambio de una vida a su servicio. Volvamos a deleitarnos en la morosa artesanía serena. Todo lo gozoso se afronta con dilación; lo amargo reclama frenesí. La electrónica está convirtiendo nuestros días en números rojos, en un permanente llegar tarde, en un comer sobre el fregadero.
Se avecina una decisión primordial, la de arrebatar las riendas de nuestra vida de las manos de tecnológicas y telecos (no se engañen, son ellas quienes nos están esclavizando) y volver a orientarla con sosiego hacia el camino sinuoso, que es siempre, a este respecto, el camino más corto.
Sergio C. Yáñez, vía Madera de Bloj
|