El vestir para ir al médico
Zabala de la Serna
La expansión del verano la dicta el uso de las bermudas masculinas de regreso a la ciudad. Esta abominable moda ha dinamitado todos los limites con su grosera masificación. Igual que salen de camping o bajan a la playa acuden al hospital. Lo observo no sin espanto en la fila para sellar los volantes de las radiografías en la clínica San Francisco de Asís. No distingue edades ni capas sociales. Es una cuestión de educación, ni siquiera de buen gusto. Que también. Un hombre joven que manifiesta sufrir una pubalgia ha acudido con el pantalón corto blanco de deportes aderezado con unos Crocks celestes. Como si se acabara de caer del puesto de socorrista de la piscina de la comunidad de Montecarmelo. Le sigue varios metros por detrás un hombre en edad provecta que luce unos pantalones cargo, por supuesto cortos, de Ecoalf, color crema, aderezados con una camisa roja de cuadros y unas sandalias de supuesta piel. Rara vez falla que el atuendo playero no vaya aderezado de un calzado horrendo, completando un uniforme que hace daño a los ojos. Como
no hay dos sin tres, un tercer sujeto de unos 50 años rompe todas las marcas con unos jeans recortados, ese tijeretazo definitorio que deja flecos de hilos sobre los pelos de los muslos.
Sonará extraño a día de hoy, pero hubo un tiempo en que para visitar al médico había que arreglarse. No digo como para ir al teatro -también antes sucedía, cuando se le daba rango de acontecimiento-, pero sí con un decoro que transmitía un cierto respeto al profesional que te iba a atender en la consulta. Esto lo inculcaban los padres desde la niñez. Nuestra madre nos aseaba y adecentaba -la colonia en el pelo dosificada con aquellos botes rosa de plástico, la camisa limpia del domingo y un lavado rápido que borraba los churretes del colegio- para visitar al doctor Pedro González Onandía en el Palacio de la Prensa de
Callao. Por supuesto, Pedro -más de 40 años en el cuadro médico de la Asociación de la Prensa de Madrid- recibía al otro lado de su mesa de despacho como un pincel. Debajo de la bata blanca, la corbata, la pulcritud y la sonrisa. Existía un código de vestimenta -dress code, diría un cursi- no escrito que implicaba una deferencia bidireccional en la relación médico-paciente. Esto ha de anotarse también en el debe de las nuevas generaciones de profesionales de la Medicina. Pero respecto a lo que depende estrictamente de usted, amable lector, recuerde a Salvador de Madariaga más allá de que la cortesía exija reciprocidad: «El vestir es un aspecto del orden; el orden es una de las condiciones imprescindibles de la libertad. El vestir, además, es también un instrumento de cortesía y a veces de fortaleza, de honradez, de sentido moral».
Zabala de la Serna
Publicado en el periódico El Mundo