Os deseo una muy feliz noche en torno al Niño Jesús
Una celebración consciente de la Navidad no debe ocultar, sepultados por el almíbar y el ternurismo, sus aspectos más tenebrosos. Chesterton nos advertía que «las campanas que celebran el nacimiento del Niño suenan como cañonazos»; pues, en efecto, aquella noche, en Belén, dio comienzo una guerra sin cuartel que no concluirá hasta que Cristo vuelva. Es una guerra que ya había sido anunciada mucho tiempo antes («Pongo eterna enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya»), pero que no se declara de forma palmaria hasta ese momento vertiginoso en que Dios reafirma su alianza con el hombre asumiendo el cuerpo frágil e inerme de un Niño. Así los niños se convierten en objeto del odio abrasivo de la antigua serpiente, que desde entonces nunca dejará de maquinar el modo de exterminarlos, de profanar- los y degradarlos de las formas más inmundas y aberrantes.