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Comunidades amables

Eugenio Ibarzabal

Son lugares a los que te gusta ir y de los que quieres formar parte, que acogen, en los que fluye la información que necesitas para hacer bien las cosas

No sé si a otros les sucederá lo mismo, pero lo cierto es que, cuando accedo a las noticias del día, me asaltan, al menos, dos sensaciones. La primera es: ¿cuándo va a estallar esto?; y la segunda podría formularse más o me­ nos así: ¿cómo es que hay voceros y columnistas que, dada la situación, insisten todavía en sacar lo más miserable de cada uno de nosotros, dejando las cosas un poco peor de lo que ya estaban?

Hay también una tercera: en un mundo en el que gente enloquecida parece estar al mando del barco, ¿qué podemos hacerlos que, en apariencia, no podemos hacer nada?

¿No hay otra alternativa que impermeabilizarse, hacer como si nada sucediera y seguir? Si a algo le tengo verdadero pánico es a convertirme en un cínico, y noto la tentación cada día más cerca. Cabe, sin duda, la alternativa de culpar a terceros, principalmente autoridades. pero cuando espero en la parada del autobús y es­ cucho, advierto casi siempre la misma con­ versación: «¡cómo es la gente!», tercera persona del singular, es decir, no yo sino el resto. Quien dijo aquello de «¡Es la economía, estúpido!», hoy bien podría decir: «¡Es la gente, estúpido!».

Quizá haya llegado el momento de hacer realidad aquélla volteriana idea de «cultivar nuestro propio jardín». ¿Qué puede significar eso, aquí y ahora? Siempre me ha gustado ese pensamiento de focalizar en lo que se puede hacer, olvidar loque no depende de nosotros y aprender a distinguir lo que se puede de loque no. Una enfermera amiga me habló en su momento de «trabajar siempre en tu metro y medio». Me encantó.

Cada cual conoce su situación y su margen, pero lo cierto es que este pensamiento nos dirige a otro: ¿qué tenemos pendiente y qué depende de nosotros para poder así mejorarlo?

Bien podemos hacer de nuestro entorno habitual una comunidad más amable.

Lo digo por la experiencia de participar en una de esas comunidades, que no es obra mía, con la que me encontré por casualidad y con la que colaboro gustosa­ mente. Todos sabemos de algunas. Son lugares a los que te gusta ir y de los que quieres formar parte, a diferencia de otros que no quieres verlos ni en pintura. Islotes excepcionales en un mundo áspero y desagradable.

Si me considero una persona afortunada es, entre otras razones, por pertenecer a esa comunidad, que ya lo era antes de entrar y que me ha enseñado el camino a seguir. ¡He aprendido tanto!

¿Que en qué se distingue una comunidad amable? En primer lugar, por acoger bien a los que llegan. La acogida es fundamental en una organización: hay lugares en los que se invierte en acogida, mientras que, en otros, al llegar, simplemente te señalan un despacho y has de buscarte la vida como puedes.

Hay comunidades en las que, en cuanto advierten que te sucede algo, y no precisamente bueno, sientes complicidad, a la vez que respeto. En unos ambientes escuchan y en otros no. Y en los que escuchan, no responden de inmediato, sino que piensan en lo que has dicho y, al tiempo, se acercan y te hablan.

Una comunidad amable es aquella en la que fluye la información que necesitas para hacer bien las cosas. Buena parte de los problemas surgen de malentendidos:
¡el tiempo y los disgustos que sufrimos para luego desenredarlos, si es que alguna vez conseguimos hacerlo!

Es también básico vivir y trabajar en un lugar seguro.

¿Y qué decir de las ventajas del orden, de que cada cosa esté en su sitio y que en cada sitio se pueda encontrar, a cada momento, lo que necesitas?

Un lugar en el que cada cual hace loque le toca, le guste o no.

Sí, ya sé que podría haber otras características de una comunidad amable, pero ¿se imaginan vivir y trabajar en un lugar así? ¿De quién depende? ¿De otros? ¿No haríamos un mundo mejor, más habitable, protegido y seguro? Pase lo que pase fuera, Si hoy hay un valor que funciona, ese es el de la confianza.

¿Se imaginan un territorio, el que fuera, plagado de señales que indiquen 'Comunidad amable', como si pudiéramos de este modo evitar los charcos y apoyarnos en lugares confiables? ¿Cabría certificación más práctica?

Alguien pensará que, como estamos en Navidad, es fácil hablar así y toca decir lo que digo. Vale. Más allá de reconocer que me gustan la Navidad y sus valores, lo cierto es justo lo contrario: me ha costado escribir el artículo porque, a cada paso, advertía las sonrisas condescendientes de algunos lectores y los calificativos de ingenuo que me estarían dirigiendo.

Sin embargo, creo que es así, y que lo poco puede ser mucho. Notaba que tiene sentido más que nunca aquello de «sí se puede».

Y que se trata de hacer tan solo lo posible pero, eso sí, todo lo posible.

Fuente: El Diario  Montañés

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