El primer cruce
por David Mejía
La Navidad después de la infancia
En 1851, ocho años después de Cuento de Navidad, Charles Dickens reflexionaba sobre el significado de esta celebración una vez dejamos de ser niños. ¿Pierde la Navidad su magia a medida que envejecemos? De manera espontánea, diríamos que sí, pues su encanto parece ligado a la ilusión y a la inocencia de la infancia. Pero esta primera respuesta quizá sea demasiado simple.
Dickens asume que la Navidad cambia cuando la infancia termina y que negarlo sería un vano ejercicio de autoengaño. La Navidad de la infancia sorprende al adulto. Despierta, por su significado. Es más un acontecimiento que un recuerdo. Pero la evolución de la Navidad, dice Dickens, no es una historia de declive, sino de transformación. La magia no desaparece; se traslada.
A medida que envejecemos, la Navidad deja de ser una jornada única para convertirse en una suma de los días que fueron. Para el niño, la Navidad suspende el tiempo. Para el adulto, lo atesora. Para el niño, la Navidad son nervios, anticipación, sorpresas y regalos. Su magia está anclada en el presente. Según Dickens, esta visión aumenta y se amplía: crece una obligación, nos volvemos más conscientes de las pérdidas, los precios y las ausencias. Pero esta pérdida no es decadencia, sino transformación.
Dejamos de ser niños y la Navidad pierde su inmediatez y entra en un tiempo indefinido. Deja de ser un evento de descubrimiento para serlo de significado. Lo inmediato pasa a ser una experiencia memorial. Y Dickens sugiere que esta reconciliación es más profunda, más difícil y más enriquecedora: lo que antes deleitaba a los sentidos ahora conmueve a la conciencia.
Dickens no insinúa que la experiencia adulta mejore la infantil, sino que la Navidad del niño es luz y la del adulto es profundidad. Lo que perdemos en lo ganamos en significado. La mirada del niño es mágica porque parece eterna. La de los adultos lo es porque recuerda que no lo somos. Y solo aceptando quiénes somos y solo aceptando que nuestra propia Navidad ha cambiado podremos dedicarnos, sin resentimiento ni nostalgia, a garantizar que la de otros sea inolvidable.
Fuente: El Mundo