María Inés López-Ibor: "La alegría es una experiencia de vida y se puede aprender"
María Inés López-Ibor. Madrid, 1968. Catedrática de Psiquiatría por la Universidad Complutense. Su libro "En busca de la alegría" (Espasa) ofrece claves para experimentar ese sentimiento que refuerza el sistema inmunitario y potencia la flexibilidad cognitiva.
¿Qué es la alegría? ¿Es lo mismo que la felicidad?
No, yo creo que son cosas diferentes. La felicidad es un estado en el que todos los sentimientos son positivos y van asociados a un logro, a algo que se deseaba y se ha conseguido. La alegría yo creo que es algo más, es un sentimiento, pero también está relacionado con nuestra manera de entender la vida. Es casi como una experiencia de vida, como una vivencia.
¿Cómo se consigue la alegría? ¿Se puede aprender a tener una vida alegre?
Hoy en día sabemos que podemos aprender a ver las cosas de otra manera, que podemos aprender a interpretarlas, a sentirlas y a vivirlas de otra forma. Así que yo creo que la alegría se puede aprender.
¿Cuál es la receta para ser alegre?
Hay una parte de conocernos a nosotros mismos, de saber cómo respondemos a lo que sentimos y vivimos y analizarlo para poder dar unas respuestas diferentes. Sin duda habrá momentos en los que tengamos que estar tristes y hacer duelos, porque nos pasarán cosas y la tristeza tiene que estar ahí. Pero incluso en esos momentos, a lo mejor hay pequeñas cosas a las que no damos importancia y que pueden hacernos sentirnos no tan mal, como que alguien nos acompañe, que alguien nos entienda...
Usted es psiquiatra. ¿La alegría tiene beneficios para nuestra mente, para nuestro estado anímico?
Sin duda es beneficiosa, porque conlleva una sensación de armonía y de bienestar. Cuando uno está alegre ve las cosas de una manera más positiva. Pero la alegría también tiene beneficios para nuestro organismo. Cuando uno se encuentra alegre, nuestro sistema inmunitario está más fortalecido, con lo cual uno enferma menos.
Cuando estamos alegres, ¿activamos más zonas del cerebro?
En realidad cuando uno está triste activa muchas más áreas del cerebro que cuando uno está alegre. Pero podemos aprender a activar más áreas si pensamos, sentimos y recordamos, si conseguimos que lo bueno que nos está pasando o nos ha pasado perdure más y lo vivamos con más intensidad que lo negativo. Y eso se puede entrenar.
Sostiene que estar alegres nos ayuda positivamente en la toma de decisiones. ¿Cómo es eso?
Cuando uno está triste analiza bien las situaciones, sobre todo las situaciones complejas porque les das más vueltas. Pero cuando uno está alegre también tiene menos miedo a tomar decisiones, porque está más predispuesto a que algo bueno vaya a suceder. Muchas veces, cuando uno tiene sentimientos muy negativos se bloquea. Y por eso la alegría nos ayuda un poco a tomar decisiones.
La dieta, ¿puede contribuir a que estemos alegres?
Sí. Desde hace ya años se sabe que muchos nutrientes llegan al cerebro. Muchas de las cosas que comemos activan o son precursores de los neurotransmisores que necesitamos para que nuestro cerebro funcione bien. Una dieta rica en triptófano va a activar la serotonina, y eso nos puede ayudar a sentirnos alegres.
¿Y dónde hay triptófano?
Hay triptófano en el chocolate, en los frutos secos, en el plátano... Sin duda, hay triptófano en mucha de nuestra dieta mediterránea.
La flora intestinal, ¿guarda alguna relación con la alegría?
Donde hay más receptores de serotonina es en el intestino. Ahora hay muchos trabajos que hablan de la importancia de la flora intestinal, que se altera en muchas enfermedades relacionadas con la ansiedad o con la depresión. Por eso muchas veces cuando tenemos ansiedad sentimos molestias gastrointestinales, porque ahí hay muchos precursores de serotonina.
¿De verdad hay estudios que asocian el incremento de los trastornos mentales con la dieta?
Es verdad que empieza a haber muchos estudios en ese sentido, sí, porque como le decía antes sabemos que muchos de los nutrientes pasan la barrera hematoencefálica y ayudan a que las neuronas funcionan bien. Una dieta también rica en Omega 3 ayuda por ejemplo a mejorar la conectividad cerebral.
Decía antes que hay situaciones en las que, inevitablemente, uno se siente triste, y ponía como ejemplo el duelo que sigue a la pérdida de un ser querido. En la última clasificación norteamericana de enfermedades mentales el duelo se recoge como trastorno mental, con lo cual se está medicando con psicofármacos a muchas de las personas que pierden a un ser querido. ¿Usted está a favor de eso?
No, yo estoy en contra. Creo que no hay que medicalizar el sufrimiento. Cuando fallece un ser querido, cuando nos diagnostican una enfermedad, cuando perdemos un trabajo, pasamos un duelo, y ese duelo hay que vivirlo. En algunas personas, por diferentes razones, ese duelo se puede prologar y puede ser muy intenso, lo que limita mucho. A esas personas sí habría que tratarlas, pero para ello tiene que haber pasado un tiempo desde que el acontecimiento traumático ha sucedido.
¿No le da la sensación a veces de que en esta sociedad queremos borrar el sufrimiento?
Claro: o borrarlo o medicalizarlo, sin duda. Si una persona tiene ansiedad quiere algo que se la quite en este momento, en vez de identificar por qué tiene ansiedad o por qué tiene tristeza. Todos los sentimientos, desde mi punto de vista, son adaptativos: tienen una razón de ser. Incluso la rabia, porque permite identificar algo que le hace a la persona mucho daño y de lo que se tiene que proteger. Una vez que uno lo sabe, tiene que manejar esos sentimientos e intervenir en los negativos.
Las cifras sobre cuánto han aumentado en los últimos años, y más durante la pandemia, las prescripciones de psicofármacos son bastante impresionantes. ¿Tal vez la psiquiatría está hipermedicalizada?
La pandemia es una situación diferente y compleja; es lo que muchos de nosotros desde el punto de vista psíquico llamamos una situación de desastre: algo para lo que ninguno estábamos preparados y que está afectando a personas que previamente estaban sanas pero que, ante la magnitud tan intensa de lo que hemos vivido, han desarrollado trastornos de ansiedad y de depresión, y eso determina que haya aumentado bastante la prescripción de psicofármacos. Pero también hay una parte de esta situación que tendremos que evaluarla y reflexionar sobre ella para salir fortalecidos. De hecho, hay gente que ha aprendido mucho de esta situación y ha encontrado en sí misma su fortaleza.
¿La tristeza y la depresión son una misma cosa?
No. Muchas veces utilizamos la misma palabra, decimos "estoy depre" para decir que estoy triste. La tristeza es un sentimiento que aparece siempre que perdemos algo. Y en la depresión, además de tristeza, hay otros sentimientos, hay otros síntomas importantes: se pierden las ganas de disfrutar de las cosas -por eso las personas deprimidas no es que no quieran hacer las cosas, es que no pueden porque nada les produce placer-, se altera el sueño, se altera el apetito, aparecen pensamientos muy negativos, dificultad de concentración... La depresión es una enfermedad seria y en algunos casos muy grave, que provoca mucho sufrimiento. Y la tristeza es un sentimiento que a veces se convierte en patológico, pero no siempre.
Entiendo entonces que la tristeza no hay que tratarla con psicofármacos, ¿verdad?
No, para nada, la tristeza hay que vivirla y hay que sentirla. Yo creo que no está mal tener momentos de tristeza en esta vida porque querías a una persona que ha fallecido o te importaba ese trabajo que has perdido. Hay que aprender a vivir con la tristeza.
¿El ser generoso ayuda a ser una persona alegre?
La generosidad forma parte de lo que es la esencia del ser humano. Uno es más feliz cuando hace feliz a los que tiene alrededor, y cuando uno dedica tiempo y esfuerzo a otras personas la recompensa es mucho mayor que cuando está sólo pendiente de sí mismo. Yo siempre he observado, en mi práctica clínica, que cuando un paciente está muy deprimido es incapaz de pensar en las otras personas, porque realmente en lo que tendría que pensar es en ponerse bien y lo que piensa es que está muy mal, que no consigue recuperarse. Y cuando esos pacientes empiezan a mejorar, comienzan a pensar en los demás y eso les ayuda a recuperarse.
En su libro cita un estudio interesante de la Universidad de Chicago en el que se dio 5 dólares a unos estudiantes: unos tenían que gastarse ese dinero en sí mismos y otros en los demás. ¿Qué conclusión arrojó ese estudio?
Pues que aquellos que tenían la instrucción de emplear ese dinero para comprar algo para los demás tenían un nivel de satisfacción mucho más elevado que los que gastaban esos 5 dólares en sí mismos. Y eso es lo que nos pasa: muchas veces nos hace muy feliz hacer regalos, casi más que recibirlos.
Fuente: elmundo.es