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Ganadores del I Concurso de Relatos de la Unidad

Coincidiendo con la celebración de la Semana Cultural en la Unidad dedicada al mundo de los cuentos, se entregaron los dos premios correspondientes al I Concurso de relatos de la Unidad de Oncopediatría HM Montepríncipe. El ganador de la categoría escolar fue El visitante del mañana, de Arturo del Pozo; mientras que en la categoría general ganó Cuento de marzo de Blanca López-Ibor.

Felicitamos a los ganadores, cuyos relatos publicamos aquí. Asimismo, os emplazamos a todos al concurso del próximo año, cuya convocatoria será anunciada en septiembre.

 

El visitante del mañana

Era una fría tarde de noviembre de 1893, en la que Sherlock y yo disfrutábamos de un momento de tranquilidad en nuestro apartamento. Sherlock estaba en su sillón mirando atentamente la lumbre y pensando en sus cosas. Yo, por otro lado, me interesaba por los últimos artículos médicos junto a la ventana. De pronto, alguien llamó a la puerta, abrí y me encontré con un hombrecillo muy bien vestido, con bigote arreglado, nariz puntiaguda y unos llamativos ojos grisáceos e inquietos que miraban a todas partes. Le hice pasar, le ofrecimos asiento y sin rodeos comenzó a hablar.

―Me presento, soy Reginald Thorne. He decidido venir porque hay un joven en las calles de Londres que afirma venir del año 2025.

Holmes, sin apartar los ojos del fuego de la chimenea le dijo que continuara.

―Es un muchacho desaliñado ―dijo nuestro visitante, a quien se veía claramente inquieto y sorprendido―. Viste ropa holgada y colorida, que él denomina «chándal», habla de manera vulgar, tutea a la gente sin el mínimo respeto y pasa horas mirando un pequeño aparato que llama «teléfono». ¡Incluso asegura que en el futuro la gente no usa sombrero!

Tanto Holmes como yo miramos a Thorne con interés, así que decidí intervenir.

―¿Ha ido a la policía?

―Me tomaron por loco. Dijeron que el muchacho era solo otro vagabundo con delirios.

Holmes se inclinó.

―¿Este joven mencionó algún suceso futuro?¿Algún invento o hecho histórico?

―Dijo que en 2025 los caballos no tiran de los carruajes, que hay máquinas que vuelan y la gente se comunica de manera instantánea a través del «teléfono».

―¿Y cómo explica él su presencia aquí?

―Asegura que, andando por la calle, cayó por un portal como por arte de magia. ¡Una ridiculez!

Holmes se volvió a recostar sobre el sillón retomando su postura inicial con una expresión seria y un tono que me hizo pensar que estaba molesto, concluyó:

―Mi querido Thorne, ese supuesto viajero del tiempo no es más que un pobre desgraciado afectado por esquizofrenia. El ser humano, aunque avance siglos, jamás abandonaría la elegancia, el decoro y las buenas maneras para convertirse en algo tan grotesco. Le agradecería que la próxima vez que llame a nuestra puerta traiga un problema real.

Thorne, decepcionado con el veredicto, abandonó nuestra morada y se disculpó educadamente. Finalmente Holmes, mirando a la llama nuevamente, me dijo:

―Si ese es el futuro, mi querido Watson, prefiero no estar aquí para verlo.

Arturo del Pozo

 

 

Cuento de marzo

Mi cuerpo es redondo, mis ojos amarillos. No me río nunca porque no sé hacerlo. Cuando tengo prisa no corro, ruedo. Me siento observado, la verdad, y, sorprendentemente, con cariño. Me encanta caminar con un destino; lejos, pero con un punto de llegada. No me gusta dar vueltas en círculo. Ir y volver improvisando caminos.

En estos pensamientos estaba cuando me topé con Splash, un perro simpático, ni grande ni pequeño. Sin duda le gusté, porque se puso a caminar a mi lado. Cuando aceleraba el paso y echaba a correr, yo tenía que rodar. No sé correr.

Un rato después, un gallo viejo, desplumado, con el cuello estirado, se nos unió. Preguntó: «¿A dónde vais?». Splash y yo nos miramos desconcertados. «¿Por?», pregunté. «Porque si vais a un lugar concreto, os acompaño. No me gusta andar en círculos». 

Estaba claro que había dado con otro compañero de camino. Empezó a llover, al principio suavemente. Pronto se convirtió en un aguacero.

Nos refugiamos en un establo. Solo yo llamaba la atención, a juzgar por el caballo, la vaca y la oveja que también se refugiaron en él.

«¿A dónde os dirigís?», preguntó la oveja. «A un destino concreto», contesté. Sin más preguntas dijo: «Me llamo Lanas y he decidido seguir mi camino junto a vosotros».

Empezó a nevar. Todos llevábamos nuestro abrigo de piel, por lo que no nos preocupó demasiado. Salimos del establo. Me gusta escuchar el silencio cuando cae la nieve. Ver como el suelo y el cielo se juntan en un mismo color. Splash y Lana no desentonaban con el paisaje. Yo un poco, con mis ojos amarillos.

Seguimos caminando y cayó la noche. No podíamos orientarnos, el horizonte había desaparecido. Lana estaba asustada, pero comprendió que su susto pasaría si se limitaba a seguirnos, confiada, sin preguntar.

Splash confió en su instinto y siguió caminando en lo que le parecía la línea recta, dudando de vez en cuando, mirándome de reojo para no separarse de mí.

Y yo… qué contaros… miré dentro de mí y encontré el camino para no perderme. Llegué por fin a mi destino, empapado, relamido y con los ojos amarillos. Junto a mis amigos, Lana y Splash.

El calor del fuego que nos esperaba, el amanecer que se llevó la nieve y la seguridad de haber llegado a nuestro destino, nos llevó a rodar, ladrar y balar en un movimiento que superó toda nuestra capacidad de asombro y gratitud.

Blanca López-Ibor

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