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El esteticismo es el folclore de la Verdad

por José F. Peláez

A fuerza de buscar la estética, algunos dejaron de buscar la belleza y, por lo tanto, la Verdad.

En Inglaterra un conservador es alguien prudente, equilibrado y consciente de que todo puede ir a peor, por lo que llega a la conclusión de que lo inteligente es proteger lo ganado para seguir progresando con reformas lentas, constantes y sin más riesgos que los necesarios. Sin embargo, en España, el prototipo de conservador se está empezando a convertir en otra cosa, algo menos ligado a lo intelectual y más cercano a la cosmética, que tiene poco que ver con la belleza y menos aún con la Verdad. Son las consecuencias de leer a Scruton, supongo, ese escritor de autoayuda al que debemos que haya quien piense que beber jerez, escuchar a Bach y llevar una chaqueta de tweed convierte en grandes pensadores a decoradores de Zara Home.

Y no pasaría nada si esa moral de influencer no llegara hasta a nuestra fe. Eso es lo que me preocupa, porque invierte los términos: de una estética religiosa a una religión estética, es decir, de la Splendor Veritatis a una cosmética de silicona y bótox, que ya no es belleza sino esteticismo. Habría que recordar que la belleza no es un orden en las formas, sino la forma visible de la Verdad. El matiz es importante. Porque la vida enseña que la belleza esconde tanto como muestra. Y que, muchas veces, bajo una estética perfecta, late el vacío, la mentira o incluso la violencia. El fascismo, por ejemplo, sabía mucho de estética, desfiles, uniformes y arquitectura grandiosa. Era la estética como anestesia, como trampantojo que oculta el eco hueco de las cosas vacías, del amor por el efecto ante la incapacidad para abrazar la causa. De la estética para ocultar la Verdad.

Lo vemos en Roma, donde la belleza es tan grande que confunde. Y no es extraño ver verdaderos devotos de la estética del ritual, como si nuestra fe fuera un teatro o una puesta en escena. Pero el esteticismo no es la Verdad sino el folclore de la Verdad. Y en ocasiones, el decorado de una tragedia. Porque la belleza subyuga, pero la Verdad libera. La belleza deslumbra, pero la Verdad duele. Y hay quien prefiere quedarse ciego antes que enfrentarse al dolor. Por eso, a fuerza de buscar la estética, algunos dejaron de buscar la belleza y, por lo tanto, la Verdad. Se quedaron mirando la fachada de la cosa para no mirar la cosa misma, como quien admira un féretro por su barniz en lugar de por la grandeza que esconde dentro.

Francisco habló de que la Iglesia de un pastor debe oler a oveja. No han faltado las críticas. Qué asco, olor a oveja, a oveja tercermundista. Recuerda a ese poema de Baudelaire en el que una mujer acaba asqueada porque los ojos de los pobres que venían a pedirle limosna le habían estropeado la inmensa belleza de aquel café de París. Parece que volvemos a lo mismo. Y cabe recordar que la estética no es la hermana gemela de la Verdad, sino su imitadora. Y que frente a la afectación amanerada que estira la piel a la belleza, no hay mejor mensaje que volver a la Verdad. Y, en cualquier caso, si se puede elegir, mucho mejor oler a oveja que a víbora.

Fuente: ABC

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