Olores
Fuente: ABC 13/09/2022
Sentado en el banco de un parque cercano a mi casa y sumido en la lectura, el olor de un cigarrillo llenó mi nariz y me transportó a la infancia al igual que le sucedió a Proust al mojar la magdalena en el té. Era el humo de un Chester, la marca que fumaba mi padre. Recuerdo las volutas que salían del tabaco en las tardes de verano cuando íbamos a pescar cangrejos en el río Rudrón, al norte de Burgos. Y era el olor que impregnaba las paredes del Seat 1500 amarillo, el coche de la familia en el que nos metíamos mis tres hermanos, mi madre y mis abuelos.
Cambian los paisajes, las calles modifican su fisonomía, los edificios se destruyen y se levantan, los comercios desaparecen, pero los olores permanecen. El aroma agridulce que surge de las aguas del Ebro sigue siendo el mismo de hace 60 años, aunque las orillas del río están cubiertas por la maleza y los arbustos que han formado una tupida selva.
Hay personas que tienen el olfato muy desarrollado y otras que lo tenemos bastante atrofiado. Durante la pandemia, perdí totalmente Ja capacidad de oler y saborear la comida durante más de dos meses. Creí que nunca más iba a recuperar este sentido. Pero no fue así, aunque jamás he llegado a poseer la sensibilidad del perfumista de Ja novela de Patrick Süskind.
Siempre me he preguntado sobre la naturaleza del olor y he leído varios libros por curiosidad. Parece ser que la nariz capta las moléculas de los gases que emiten los cuerpos y las plantas. Pero lo que resulta claro es que nuestra pituitaria nos avisa cuando hay un alimento en mal estado, una guía infalible para no intoxicarnos. El ser humano puede identificar cientos o miles de olores, aunque el desarrollo industrial y la civilización han mermado esa capacidad que antes era tan importante para sobrevivir.
El olfato es un poderoso medio para evocar el pasado, mucho más que la vista, el tacto o el oído. Esto puede parecer una obviedad, pero no loes porque todo nuestro entorno cambia, mientras los olores permanecen eternos e inmutables. Una rosa huele igual que hace miles de años, lo que no deja de producirme asombro y curiosidad.
En cierta forma, el olor expresa la esencia de las cosas, el alma secreta de las flores, las plantas, los árboles y la naturaleza que nos rodea Pocos placeres tan estimulantes como intentar captar los aromas en medio de un bosque, discernir los matices de un buen vino o dejar que el salitre marino invada las fosas nasales.
Hemos perdido el contacto con la naturaleza, nos hemos alejado de la vida en el campo y habitamos en un entorno artificial que genera tensiones y estrés. Recuperar los olores de nuestra infancia puede ser una terapia y una forma de tomarse la existencia con más calma. Y, sobre todo, de recorrer el camino de vuelta a los ecos inmemorables que resuenan en nuestra mente.
Pedro García Cuartango