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Mi propio Alzheimer

Fuente: ABC 22/09/2022

Me estremece el día del Alzheimer, porque en ese mal se acabó una madre que fue la mía. El enfermo, y sus íntimos, aprenden rápido, bajo daño único, aquello de Borges: «Somos los que se van». Aquel que ha tenido cerca, o sea, tan dentro, a una madre, o a un padre, con Alzheimer acaba logrando una veteranía del oficio de la rara suerte de morir, pero sin morirse. «Sé que me pasa algo. No sé lo que es», arriesgó Pasqual Maragall, desencuadernado de esta dolencia. He aquí un esclarecedor diagnóstico del abismo. De la estupefacción de un abismo que se lleva por dentro. Hasta que lo ocupa todo. De modo que las familias de los aquejados de Alzheimer también saben que les pasa algo. Lo sabemos. Y no acertaríamos a precisar muy bien lo que es. He visto a mi madre dar cuna a los juguetes de su nieta en el fondo de un frigorífico. He visto a mi madre sentarse a la mesa de espaldas. He visto a mi madre saludar a un abeto con el nombre de mi padre. He visto en los ojos de mi madre el domingo de la nada. Ya me contarán ustedes cómo va uno a saber qué le pasa cuando va la vida y se empeña en darnos esta jodida y lejana vida. «Y si pierdo la memoria, qué pureza», escribió otro vidente. El verso nació a otros efectos, naturalmente, pero yo me he abrigado con él a menudo, por imaginar que al fin mi madre cayó a vivir en alivios de pureza, en edén de inocencia, en ciegas astronomías de poca o ninguna lucha. Cayó ahí a vivir, y a morir. Se piensa pronto que lo mejor es que el Alzheimer vaya rápido, porque quizá hay algo peor que el dolor, que es saber que el dolor no se acaba. De las madres con Alzheimer nos despedimos todos los días, pero al día siguiente están ahí, sin estar, tuteando al pánico en los espejos. Un día, una madre te responde que no sabe tu nombre, pero ya desde una sonrisa insólita que es de otra existencia. Ignoran que les cuida un hijo. Estamos ante la madre que dura más que su propia vida. El Alzheimer es un luto pendiente, un adiós de bienvenida, un futuro de ayeres. Hasta que ni asoma futuro, ni quedan ayeres.

Ángel Antonio Herrera

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